miércoles, 29 de julio de 2009

Teoría y práctica del microrrelato. II

El cuerpo del microrrelato

Pequeño y denso. Es como una piedra laja: su aparente compactación no es otra cosa que una suma de capas superpuestas.
Habrá lectores que se conformen con la piedra compactada: les bastará una sola lectura, que cuente la historia; otros, con interrogantes a la vista o herramientas en mano, tratarán de despegar esas capas.
Cuanto más capacidad, cuanto más destreza se tengan, mayor cantidad de capas se obtendrán; más rica será la lectura, más lejos y más hondo nos llevarán las palabras. O, sin ser una piedra laja, puede ser sólo un tejo. Un juego divertido, veloz, que nos arranque una sonrisa y quede flotando en el aire, como la sonrisa del gato de Alicia (Anderson Imbert, E. El Gato de Cheshire. Prólogo. Bs.Aires. Losada) .

Estructura

El m.r. narra, sucintamente, una historia constituida por acontecimientos y datos lógicamente relacionados entre sí.
La estructura establece las relaciones que conectan esos datos y acontecimientos, para constituir una trama, un todo orgánico.
Estos acontecimientos narrados pueden interrelacionarse de diversas maneras, con una gran variedad de posibilidades, por ejemplo:
1. El lugar donde se desarrolla la acción.
2. Elementos que identifican a los actores (o personajes): actividad que desarrollan, circunstancia en que se encuentran, finalidad que persiguen, búsqueda de un destino común etc. etc.
3. También pueden aparecer elementos contrastantes: pobreza-riqueza; inteligencia-estupidez; justicia-injusticia; popularidad-impopularidad, etc. etc. etc.
4. Puede darse el caso de dos o tres microrrelatos autónomos ubicados uno a continuación del otro y vinculados por el personaje, por la circunstancia, por distintas cosas a la vez, por el contraste paralelo o simbólico, etc. Veamos un caso:

La estructura, además de establecer las relaciones señaladas para que el texto tenga coherencia, puede salvar las dificultades de espacio que presenta el género, aglutinar hechos y circunstancias (sin caer en el hermetismo) y establecer la comunicación con el lector.
Según dijimos, hay m.r. planos, que en seguida se esfuman de la memoria. Hay otros que buscan trascendencia, que tienen espesor, que son como la punta visible de un iceberg que, en su enorme cuerpo oculto, encierra magia, milagros, reflexiones, inquietudes, mensajes et al.
Esta carga oculta depende del factor conocido como “el poder de lo no dicho”.
Esto de los significados ocultos ya ha sido señalado por los lingüistas quienes lo explican porque “el lenguaje es el vehículo obligado de toda clase de impresiones, de fantasías y símbolos que se despliegan en estado críptico y que, por muy profundamente que estén escondidos bajo la aparente inocencia de la expresión, no dejan por esto de existir, actuando sin descanso en el intercambio oculto que constituye la lectura”. M.Molho (1978, p189-90) Semántica y Poética. Barcelona, Crítica, pp. 189-90.1978
Quien está familiarizado con el m.r. conoce sus exigencias y sus técnicas y puede manejar el poder de lo no dicho (o de lo no escrito), a través de diferentes procedimientos, y valiéndose de indicadores que conducen a las entrelíneas.
Está dicho pero no escrito; gravita desde abajo y cuenta parte de la historia, o perfila al personaje, o abre su interioridad, o alude a la acción, en fin.
Este procedimiento apoya la economía del relato, puede aludir a un espacio y a un tiempo determinados, llevar al lector hacia aquel tiempo y ver cómo eran los personajes, el paisaje, las costumbres, etc.

Alba Omil

Extraído del libro Teoría y Práctica del microrrelato, de Alba Omil, de próxima aparición.

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