Los cuentos de Cortázar constituyen una suerte de rico palimpsesto: a medida que se profundiza en ellos, nuevos significados se encuentran.
Todo allí es significante: esas entidades cuentisticas son como laboriosas composiciones musicales donde los componentes, en su totalidad, han sido previamente calculados al milímetro, procesados y luego registrados.
Cortázar conoce bien el territorio y los alcances del cuento: el ámbito limitado dentro del que debe moverse; la dosificación de los materiales que lo componen, el especial tratamiento del lenguaje, las exigencias a la palabra. Con este adiestramiento no le cuesta disponer en forma debida los elementos con que cuenta. Para lograrlo despliega una estrategia organizada de acuerdo a una serie de premisas:
- La historia que relata no concluye en sí misma, es una especie de caja de sorpresas, llena de resortes, que el lector debe accionar a los fines de ampliar ese espectro significativo. De esta manera, un diseño aparente de relato puede cambiar, ahondarse, ampliarse. Así, el cuento puede ser comparable a un átomo infinitamente denso, factible de desintegrarse en cualquier momento, liberando increíbles partículas potenciales, las que, metafóricamente hablando, en el cuento son capaces de generar mundos paralelos al mundo de la historia visible.
- A la vez, esta estructura cuentística prieta, llena de posibilidades, es un reflejo de la concepción del mundo del propio Cortázar.
El cuento es como la vida: mucho más de lo que se ve, una carga supercondensada de potencialidades que pueden ensanchar y/o multiplicar la dimensión espacial; que pueden elastizar el tiempo, tensarlo; que pueden combinarse con el espacio, dando lugar a una dimensión "n", diferente a nuestro concepto de tiempo, pero con elementos de ambos [...].
Alba Omil
Extraído del libro La letra profunda, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1996.
Todo allí es significante: esas entidades cuentisticas son como laboriosas composiciones musicales donde los componentes, en su totalidad, han sido previamente calculados al milímetro, procesados y luego registrados.
Cortázar conoce bien el territorio y los alcances del cuento: el ámbito limitado dentro del que debe moverse; la dosificación de los materiales que lo componen, el especial tratamiento del lenguaje, las exigencias a la palabra. Con este adiestramiento no le cuesta disponer en forma debida los elementos con que cuenta. Para lograrlo despliega una estrategia organizada de acuerdo a una serie de premisas:
- La historia que relata no concluye en sí misma, es una especie de caja de sorpresas, llena de resortes, que el lector debe accionar a los fines de ampliar ese espectro significativo. De esta manera, un diseño aparente de relato puede cambiar, ahondarse, ampliarse. Así, el cuento puede ser comparable a un átomo infinitamente denso, factible de desintegrarse en cualquier momento, liberando increíbles partículas potenciales, las que, metafóricamente hablando, en el cuento son capaces de generar mundos paralelos al mundo de la historia visible.
- A la vez, esta estructura cuentística prieta, llena de posibilidades, es un reflejo de la concepción del mundo del propio Cortázar.
El cuento es como la vida: mucho más de lo que se ve, una carga supercondensada de potencialidades que pueden ensanchar y/o multiplicar la dimensión espacial; que pueden elastizar el tiempo, tensarlo; que pueden combinarse con el espacio, dando lugar a una dimensión "n", diferente a nuestro concepto de tiempo, pero con elementos de ambos [...].
Alba Omil
Extraído del libro La letra profunda, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1996.
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