Ya señaló Menéndez y Pelayo que Don Juan Manuel no inventó ninguno de sus cuentos. Por otro lado, los estudiosos de la Literatura se han ocupado de buscar sus diversas fuentes, como acabamos de ver. Pero bueno es recordar que nada nuevo se halla bajo el sol; que en el orden literario no es necesario inventar una historia para ser considerado un creador; y Don Juan Manuel lo es en gran medida: toma la materia prima ajena –solamente los elementos esenciales, por lo general la línea anecdótica más simple, y esto para no hablar de cuando el punto de partida es apenas un refrán-, la amasa de nuevo, le incorpora otros elementos, la condimenta a su gusto, le da una nueva forma y le imprime su sello particular. Para lograr esto último pone en juego algunos recursos fundamentales de los que consideraremos los siguientes: a) su fuerte personalidad; b) su capacidad de síntesis; c) su oficio de narrador; d) su diestro, selectivo manejo del idioma.
a) Un escritor argentino señaló alguna vez, con agresiva justeza: “Todos los caudillos llevan mi marca”. Apropiándonos de su expresión podríamos afirmar que todos los personajes del príncipe español llevan su sello; quien más, quien menos lo refleja; él se proyecta en sus figuras; todas ellas, en una y otra forma, ostentan rasgos de su carácter y esto las individualiza: nacidas de la misma matriz, son otra cosa, ostentan el sello masculino. Así hemos de verlo, son agudas o insidiosas o intelectuales o desconfiadas o mesuradas o todo eso, o mucho de eso, a la vez.
b) Posee un ojo crítico agudo, capta lo esencial y con eso redacta un ejemplo (no basta sino leer, a manera de prueba, la forma como ha recreado el asunto de los cuervos y los búhos, aspecto en el que en seguida nos detendremos) o configura un ambiente (el aula del mágico de Toledo) o ilustra un carácter; aunque sus personajes sean más bien esquemáticos, más tipos humanos que individuos, aparecen como criaturas vivas (doña Truhana, cuya mayor ambición es despertar la envidia de sus vecinas), hechas a su imagen y semejanza; cuántos, como se verá, están dotados de su inteligencia, de su astucia, de su claro sentido de la realidad.
c) No hay que olvidar que, si bien recibe como herencia un ya vasto vocabulario al que puede echar mano para elegir la pieza que más convenga y que mejor encaje en su juego, los usos de la lengua no son muchos: cuando una determinada situación se le plantea y el uso no tiene antecedente, él debe inventarlo […].
d) Se ve que ha estudiado la situación con detenimiento antes de presentarla: su madurez y organización así lo demuestran; es también muy madura y consciente la forma como va dosificando el interés. Están muy estudiados los pequeños, bien que ajustados, detalles con que colorea el cuadro general (él, tan parco y amante de la síntesis); es notoria la vivacidad y oralidad de los breves diálogos en estilo directo, en tantos hechos más que hemos señalado a lo largo de este capítulo […].
a) Un escritor argentino señaló alguna vez, con agresiva justeza: “Todos los caudillos llevan mi marca”. Apropiándonos de su expresión podríamos afirmar que todos los personajes del príncipe español llevan su sello; quien más, quien menos lo refleja; él se proyecta en sus figuras; todas ellas, en una y otra forma, ostentan rasgos de su carácter y esto las individualiza: nacidas de la misma matriz, son otra cosa, ostentan el sello masculino. Así hemos de verlo, son agudas o insidiosas o intelectuales o desconfiadas o mesuradas o todo eso, o mucho de eso, a la vez.
b) Posee un ojo crítico agudo, capta lo esencial y con eso redacta un ejemplo (no basta sino leer, a manera de prueba, la forma como ha recreado el asunto de los cuervos y los búhos, aspecto en el que en seguida nos detendremos) o configura un ambiente (el aula del mágico de Toledo) o ilustra un carácter; aunque sus personajes sean más bien esquemáticos, más tipos humanos que individuos, aparecen como criaturas vivas (doña Truhana, cuya mayor ambición es despertar la envidia de sus vecinas), hechas a su imagen y semejanza; cuántos, como se verá, están dotados de su inteligencia, de su astucia, de su claro sentido de la realidad.
c) No hay que olvidar que, si bien recibe como herencia un ya vasto vocabulario al que puede echar mano para elegir la pieza que más convenga y que mejor encaje en su juego, los usos de la lengua no son muchos: cuando una determinada situación se le plantea y el uso no tiene antecedente, él debe inventarlo […].
d) Se ve que ha estudiado la situación con detenimiento antes de presentarla: su madurez y organización así lo demuestran; es también muy madura y consciente la forma como va dosificando el interés. Están muy estudiados los pequeños, bien que ajustados, detalles con que colorea el cuadro general (él, tan parco y amante de la síntesis); es notoria la vivacidad y oralidad de los breves diálogos en estilo directo, en tantos hechos más que hemos señalado a lo largo de este capítulo […].
Alba Omil
Extraído del libro El estilo del Conde Lucanor, de Alba Omil. Editorial Lucius, Tucumán, Argentina, 1976.
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