Con fondo de jazz, a veces lento, a veces picante, siempre hondo, el microrrelato tiene un ritmo; está cerca de la música: un acorde, un arpegio, una fuga, y después los silencios.
Tiene también un cuerpo donde van acomodándose las palabras, fielmente buscadas, fielmente recortadas para que se ubiquen con comodidad dentro del dibujo que el género exige.
Tiene un clima: vísperas, suceso y desenlace en un solo estallido: el microrrelato es un fogonazo que estalla en el aire y desaparece en seguida, dejándonos cierta nostalgia como de eternidad.
No interesa su longitud sino su intensidad: combustión casi instantánea que se apaga cuando consume la esencia que la produce. Fuego, fuego ardiente o fuego helado que quema por dentro a quien lo lee, como se quema a sí mismo mientras se tramita su propio incendio.
En definitiva, no es narración -aunque la ficción no le sea ajena-, es instantaneidad, mensaje súbito y condensado que termina de realizarse en los territorios de la apercepción y en un proceso de complicidad entre autor y lector.
Sus códigos lo acercan más al poema que a la ficción narrativa: imposible "contar" un microrrelato; hay que leerlo, o repetirlo textualmente porque, por sobre todo, es cosa de palabras (que no se pueden quitar ni cambiar) relacionadas con rigor, y estructuradas con rigor, para que alojen la idea y, en sus trasfondos, le permitan expandirse a pulmón pleno.
Los míos parten, en general, de un intertexto -Homero, Cervantes et al.-; hay varios de origen mitológico; otros están escritos en solfa, en fin, de todo un poco.
Todos tienen doble fondo y, además, un pequeño bolsillo profundo en el que podrán internarse aquellos que descubran sus claves.
Tiene también un cuerpo donde van acomodándose las palabras, fielmente buscadas, fielmente recortadas para que se ubiquen con comodidad dentro del dibujo que el género exige.
Tiene un clima: vísperas, suceso y desenlace en un solo estallido: el microrrelato es un fogonazo que estalla en el aire y desaparece en seguida, dejándonos cierta nostalgia como de eternidad.
No interesa su longitud sino su intensidad: combustión casi instantánea que se apaga cuando consume la esencia que la produce. Fuego, fuego ardiente o fuego helado que quema por dentro a quien lo lee, como se quema a sí mismo mientras se tramita su propio incendio.
En definitiva, no es narración -aunque la ficción no le sea ajena-, es instantaneidad, mensaje súbito y condensado que termina de realizarse en los territorios de la apercepción y en un proceso de complicidad entre autor y lector.
Sus códigos lo acercan más al poema que a la ficción narrativa: imposible "contar" un microrrelato; hay que leerlo, o repetirlo textualmente porque, por sobre todo, es cosa de palabras (que no se pueden quitar ni cambiar) relacionadas con rigor, y estructuradas con rigor, para que alojen la idea y, en sus trasfondos, le permitan expandirse a pulmón pleno.
Los míos parten, en general, de un intertexto -Homero, Cervantes et al.-; hay varios de origen mitológico; otros están escritos en solfa, en fin, de todo un poco.
Todos tienen doble fondo y, además, un pequeño bolsillo profundo en el que podrán internarse aquellos que descubran sus claves.
Alba Omil
Extraído del libro Con Fondo de Jazz, microrrelatos, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1998.
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