Autorretrato de Ernesto Sábato.
Referirse a la importancia que tiene el sentido de la vista en la obra de Ernesto Sábato es un lugar común que no podemos permitirnos; sin embargo, ese referente nos sirve para otras reflexiones. El escritor mismo, al hablar de su obra, ha recurrido en determinadas circunstancias al adagio que nomina este capítulo. Ahora bien ¿ha reparado usted en los ojos de Sábato? A veces son terribles, a veces tiernos, casi infantiles. ¿Qué figuras celestiales, qué demonios se disputarán los espacios en esa alma? ¿Cómo será esa lucha? En ciertas ocasiones triunfan unos, pero sólo hasta que se levantan los otros y los desplazan. ¿Será esta la causa de esa tristeza casi atroz, inexplicable en un hombre que lo ha alcanzado todo, en la medida de su mundo y de su tiempo? No lo sabemos; pero sí que esa dualidad es la misma que informa toda su obra y la que explica que el autor pueda ser, a un mismo tiempo, Quique y Martín; Fernando y Bucich; Alejandra y Hortensia Paz; Castel y María Iribarne. Ello explica, también, la dualidad de María; la dualidad de Alejandra, niña-dragón; la dualidad, tan escamoteada, de Quique. Sábato es todos esos personajes y muchos más. ¡Cómo! ¿y Bruno? Pensamos que este personaje es, entre las tantas máscaras de Sábato, tal vez la más evidente: el cono que aflora del volcán; el resto está en la profundidad, rugiendo, doliendo, hirviente y terrible. Y no se cansa de salir, por eso no puede haber catarsis, por eso El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abbadon el exterminador son enormes metáforas recurrentes de las mismas obsesiones. El mundo subterráneo -nocturno, oscuro, misterioso- de Sábato es desmesurado y edifica sus propios símbolos, sus propias metáforas: la ceguera, por ejemplo [...]
Alba Omil
Extraído del libro Sábato, pensamiento y creación, de Alba Omil. Secretaría de Post-Grado, Universidad Nacional de Tucumán. Tucumán, Argentina, 1992.
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