El Toto estaba realmente preocupado por el problema de la relación del alma con el cuerpo, dado que, consideraba, con tanta alma suelta y acumulada en el sufrido universo desde hacía milenios, habida cuenta de su tan pregonada inmortalidad, los cuerpos resultaban insuficientes. Y, hasta el espacio, también insuficiente. Era por eso que se afirmaba cada vez más, la teoría de que cada cuerpo era ocupado por dos, o más almas, las que, como en las mejores familias, convivían, o se turnaban, o se desplazan, de a ratos se llevaban magníficamente bien; de a ratos, a las patadas. Esa teoría, al fin de cuentas, era tranquilizante porque terminaba de explicar su ciclotimia: cuando lo habitaba la diurna –un alma clara, sosegada, en equilibrio consigo misma– él estaba tranquilo, podía hacer cosas y llevarse bien con el mundo. En cambio la otra, la nocturna, era –o sería– la responsable de las caídas hondas en los pozos del alma (Vallejo dixit); de su angustia metafísica, de sus depresiones, porque quién podía saber cómo le había ido a esta pobre en vidas anteriores, para que acarreara semejante resaca. Pero era necesaria otra explicación todavía: ¿y sus furias repentinas?, ¿y esos arranques que lo sacaban de quicio? Capaz que una tercera, escapada del averno, de vez en cuando le hacía sus visitas. Era después de esas caídas bruscas, o de la visita de la tercera, cuando al Toto se le daba, o por viajar (no cualquier viaje, no, viajes insólitos) o por escribir. No era mal poeta –decían– pero ¿Cuál es la distancia que media entre el "no era mal" y el "era buen"? He ahí la incógnita. Mejor, a otra cosa. Una mañana en que todo pintaba bien, tuvo una feroz discusión con la Aurelia, su hermana mayor, lo que motivó su retiro por tres días, a los aposentos superiores. Allí fue donde pensó llamar a una conferencia de prensa: convocar a sus tres almas a que pusieran sus cartas sobre la mesa, dijeran quién era quién, declarasen objetivos y plan de vuelo para el resto de la temporada, para tranquilidad del dueño del inquilinato. He dicho. Fracaso total, por falta de quórum. De una cosa estaba seguro con respecto a sus inquilinas: eran díscolas e irreductibles. Si él se proponía alguna cosa y ellas otra, resultaba inútil todo intento de persuasión o de doblegamiento. Pero aquí le surgía otro interrogante, no menos problemático: ¿y las almas de algunos políticos? ¿de algunos funcionarios? ¿y las de los mafiosos? (la pucha con los acercamientos que buscan ciertas palabras) ¿serían almas descartables? O tal vez esas que no tienen cabida en ningún lugar del universo, visible o invisible, y buscan una rendija o un elemento poroso para filtrarse y establecerse. Sin duda había muchas categorías de almas pero ¿y sus destinos? ¿quién determinaba su ubicación? porque Dios no se iba a distraer en esos menesteres, y menos todavía con las ya señaladas descartables. ¿Estarían dotadas de libre albedrío?, ¿de libre elección, en este caso?, ¿o sería todo al manchanchi? En cuanto a las propias, él no estaba del todo disconforme. Cierto es que la diurna era medio aburrida, incapaz de ningún asombro, pero, en comparación, la nocturna tenía desplantes maravillosos y no te digo nada de la frenética, que tantos sinsabores le ocasionaba, aunque ofrecía sus soberbias revanchas, un poco delirantes, es cierto, pero el delirio suele emitir aromas inigualables. Agotó los filósofos de Oriente y Occidente en busca de respuestas, pero sin éxito. Iba a convocar a nueva conferencia de prensa, por si acaso, total, paciencia y tiempo era lo que le sobraba. Mientras tanto, trataría de convivir como Dios lo ayudara. Más difícil era la Aurelia que todas sus almas juntas ¿cómo sería el alma de la Aurelia? Bueno, ese era un tema difícil. Mejor, paremos la mano.
Alba Omil
Extraído del libro Panorama de la narrativa tucumana (de La Carpa a nuestros días), de varios autores. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2007.
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