miércoles, 25 de julio de 2007

El Aleph, de Borges


En 1949, Borges publica su tercer libro de narraciones breves, cuyo último cuento -El aleph-, le da el título.
De algunos aspectos de este cuento vamos a ocuparnos ahora.

El título

Aleph, la primera letra de la Cábala, que implica a su vez la cábala completa, parte de cuya sabiduría está, de algún modo, contenida en el cuento precitado.
Son tres los principios fundamentales de la Kabbala que están sosteniendo, y explicando, desde el fondo temático, el mensaje profundo de este cuento (*).
1. El concepto de absoluto (encerrado en el pequeño aleph de la casa de Carlos Argentino Daneri, aleph que, a su vez, encierra la totalidad del mundo visible, real y posible, presente, pasado y futuro).
2. La evolución del universo (registrada en forma vertiginosa por el aleph de la calle Garay).
3. La permanente comunicación mística entre Dios, la Naturaleza y el hombre (el aleph de la calle Garay es imponderable, inexplicable, inaprehensible por parte de la mente humana. Y en su vértigo pueden verse la armonía del universo: Dios, la Naturaleza, el hombre).
Los cabalistas representan en forma simbólica los tres atributos de la divinidad, por tres letras yod encerradas en un triángulo equiátero.
1er atributo: la eternidad;
2do atributo: la extensión infinita.
3er atributo: la sustancia.

En estrecha relación con la eternidad, está el tiempo, con su triple división: presente, pasado y futuro.
Dos hechos prueban que Borges manejaba esos conceptos:
1. El contenido profundo del texto, y sus alusiones más o menos directas.
2. Las aclaraciones formuladas en la Postdata.

La eternidad se asocia al infinito. El vertiginoso aleph no tiene fin.
La extensión se vincula con el espacio -y lo origina-. Y aquí Borges implica todas las posibilidades de espacio. Carlos Argentino expresa:
"[...] el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos [...] si todos los lugares de la tierra están en el aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de la luz".
El diámetro del aleph sería de dos o tres centímetros pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
La sustancia se vincula a la materia:
"También se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior".
Las aclaraciones de Carlos Argentino aluden concretamente a dos de las fuentes, la Cábala y la Teoría de los conjuntos de Cántor.


Alba Omil

(*) La kabbala o Qabballah encierra la doctrina hebraica; su nombre deriva del hebreo Qabol, que significa sabiduría recibida por tradición. Es decir, la Cábala en sí misma no existe como libro; su doctrina, recibida por tradición oral y conservada celosamente entre unos pocos rabinos, fuera de la masa del pueblo, se registra en libros como el Seper Ha Zohar -Libro del esplendor-, Sepher Jetzirah -Libro de la formación-.
De tradición oral, la Cábala ha sido objeto de codificaciones repetidas a lo largo de los siglos hasta comienzos del renacimiento. Su codificador legendario es Rabbi Simeon Bar Yochai (s. II).
La cábala registra el nombre inefable; el aleph de Borges registra también lo inefable. La cábala es misteriosa; el aleph también lo es. De esta manera, el título del libro es un valioso indicio para descubrir las claves del cuento, ocultas en el lenguaje y sus procedimientos.
Las veintidós letras del alfabeto sagrado, junto con las diez numeraciones (los diez nombres primeros) se unen para formar las treinta y dos vías de la sabiduría. El alfabeto está compuesto de tres letras.

Extraído del libro La letra profunda, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1996.

lunes, 23 de julio de 2007

El vaciamiento del verbo cumplir


Artículo de Alba Omil publicado en el diario La Gaceta de Tucumán, Argentina, el día 22 de julio de 2007. El vínculo directo a la nota es:

viernes, 13 de julio de 2007

La estructura contextual como fundamento del texto

Ya Iouri Lotman ha señalado que el concepto de texto no es absoluto sino que está en relación con toda una serie de otras estructuras histórico-culturales y psicológicas concomitantes (La structure du texte artistique. Paris: Gallimard, 1973). En consecuencia, resultaría imposible interpretar plenamente la obra de Ernesto Sábato sin encuadrarla antes dentro de la amplia y múltiple estructura contextual que la sostiene, la nutre y la explica. Un contexto histórico: nuestro tiempo, la Argentina de los años '50 que, a su vez, hunde sus raíces en un pasad centenario que continúa -o debiera continuar- sustentándola; un contexto sociológico: la compleja y contradictoria era de Perón; un contexto geográfico: Argentina, y dentro de ella, preponderante, la ciudad de Buenos Aires, escenario, a la vez, de los hechos novelescos. Un contexto literario: la ficción narrativa en las décadas '40-'50: el mundo, América, Argentina. Un contexto de autor: ese hombre atormentado, obsesivo, comprometido con la realidad de su país y de su tiempo; comprometido con el hombre-en-el-mundo, que nutre con su sangre y con su angustia existencial, empáticamente, a cada uno de los personajes que genera. Conocer a Sábato es abrir un carril hacia el alma, y hacia la mente, de sus figuras literarias. Los hombres y mujeres que habitan en su obra son, en su mayoría, habitantes de la ciudad de Buenos Aires en tiempos actuales, tiempos de vértigo, de deshumanización, de superpoblación, elementos todos generadores de desasosiego, de angustia, de inseguridad. Casi desde siempre, a Sábato le ha preocupado la desmesura del crecimiento demográfico de Buenos Aires y la diáspora de sus consecuencias. En El otro rostro del peronismo (1946) se refiere al caos babilónico de la ciudad, "que pasó, en cincuenta años, de cien mil habitantes a cinco millones, en una frenética carrera por los bienes materiales, con un olvido casi total de los valores espirituales y de la tradición. ¿Qué podía suceder en el alma de la juventud? Tenía que suceder lo que sucedió: un precoz y amargo descreimiento por las grandes palabras y un doloroso desengaño con respecto a la mayor parte los hombres que manejaban la cosa pública" (p. 16).
Todos estos materiales pasarán a nutrir los textos, sobre todo las dos últimas novelas: Alejandra, con su escepticismo, su amargura, su conducta, su nostalgia del pasado y su final, es una laboriosa metáfora en la que se objetiva buena parte de la juventud argentina. Pero como en Sábato alienta siempre una pertinaz y paradójica esperanza, la figura de Martín logra salvarse, claro que, huyendo de la ciudad hacia pureza de los hielos en el sur de nuestro territorio.
Lotman afirma -a nuestro juicio, con certeza- que, dado que el mensaje semiótico exige no solamente un texto sino también un lenguaje, la obra artística, tomada en sí misma, sin un contexto cultural determinado, es comparable a un epitafio en una lengua incomprensible (cit). Es por ello que hemos tratado de trazar un cuadro contextual amplio y variado que ayude a esclarecer contenidos, a explicar conductas, a comprender mejor el mensaje.

Alba Omil

Extraído del libro Sábato, pensamiento y creación, de Alba Omil. Secretaría de Post-Grado, Universidad Nacional de Tucumán. Tucumán, Argentina, 1992.

lunes, 9 de julio de 2007

Quilmes, misterios y supervivencias



Estas fotografías, tomadas por Lucio Piérola el día 13 de abril de 2006, pertenecen al libro Quilmes, misterios y supervivencias, con textos de Alba Omil, cuya primera edición aparecerá en la segunda mitad del año. Incluye 200 páginas totalmente ilustradas a color, y la edición cd-rom con videos y más de 1000 fotos, reportajes a los lugareños, mapas y accesorios. El anticipo de este libro está en el folleto Antigua ciudad de Quilmes, Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2006.